lunes, 11 de noviembre de 2013

EL MODESTO HOMENAJE DEL RECUERDO


No he llegado a ser alumno del colegio Reyes Católicos, mi formación pre-bachiller es anterior, y bien que lo lamento. En primer lugar por una mera cuestión de edad. De haberlo sido hoy sería más joven. Debo añadir a esa primera razón la sana envidia de no ser protagonista de ese medio siglo de esta institución, amén de otros motivos que sería prolijo enumerar. Sin embargo, debo agradecer a Miguel, mi hijo, el haber sido partícipe durante 6 años de la historia de este centro, ya que en ese período de tiempo formé parte del Consejo Escolar.

Gabriel Flores Garrido
Por lo antes apuntado, quizás no sea yo persona adecuada para escribir sobre “el Reyes”, ya que nunca lo pisé como alumno.
Mis primeros avances académicos se forjaron con Don Pedro Morales en una vieja escuela situada en la esquina de la placeta del Berro con la calle del Sol. El patio del recreo era la misma plaza, y el aula, poco más que un pasillo, al que se accedía por medio de dos escalones desvencijados y descendentes a unos pupitres aún mas destartalados, con paredes encaladas y generosos desconchados que nosotros con las uñas nos ocupábamos de agrandar.
El material docente estaba compuesto por un mapa amarillento y cuarteado por el tiempo y una pizarra en la que escribir era un laborioso éxito que D. Pedro conseguía con maestría, que para eso lo era. 

Si tenemos en cuenta que el alumnado lo componíamos pequeños cafres, sin más horizonte que el día en que vivíamos y empolvados de tierra hasta las pestañas, lo único impoluto y con dignidad en aquella escuela era D. Pedro, que enfundado en su traje y con su infalible corbata, se dejaba la piel en sacarnos punta pese a que nuestro escaso interés por aprender era inversamente proporcional al suyo por enseñarnos.
Era Don Pedro maestro culto, comprensivo, empapado en sabiduría y respetuoso con los alumnos pese a nuestros pocos merecimientos. Bastaba una mirada con sus ojos chispeantes para que entendiéramos que el Maestro no estaba muy conforme con nuestro comportamiento o nuestra aptitud académica. A veces, los ojos pronuncian palabras que los labios callan, pero, a pesar de nuestra menguada edad, nosotros sabíamos interpretar aquellas miradas de forma inmediata.
Cuando abría la escuela, nos agolpábamos a su alrededor gritando y empujando. Pese a los años transcurridos sigo sin entender por qué lo hacíamos, porque si prisa teníamos por entrar, más teníamos por salir; ya que, al poco de sentarnos, sentíamos el mismo deseo pero en sentido inverso y lo que anhelábamos era retomar el juego en la placeta. En ese momento de algarabía por entrar, Don Pedro dejaba de girar la llave, se volvía hacia nosotros y ahí acababan nuestras algaradas y reivindicaciones. Ahora, en la lejanía que nos marca el tiempo, creo que jugaba con ventaja, su traje y su porte serio le ayudaban a hacerse con nosotros.
Hombre justo y preocupado por sus alumnos. Recuerdo ya cercano el examen de ingreso para acceder al Instituto, las clases en la planta alta de su casa; allí “echó el resto”. Durante los días previos al examen trataba de inculcarnos nuevos conocimientos y de afianzar los que ya teníamos. Para desespero suyo, cada vez que cometíamos un error era como un latigazo a su ánimo.
Alguien dijo: “Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”. Si esta frase la hubiera dicho Don Pedro, creo que habría salido perdiendo, porque él era un hombre realmente sabio y así lo veíamos desde nuestra pequeña estatura de entonces y desde nuestros muchos años de ahora. En él, expresiones triviales como “archivo viviente” o “ biblioteca andante” dejaban de serlo y perdían la condición de tópico para convertirse en una realidad constatable.
Sirvan estas líneas, escritas desde el cariño, como modesto homenaje a un hombre, a un maestro, que dedicó su vida a transmitir con generoso esfuerzo todos sus conocimientos y valores.
Gracias, Don Pedro.
Gabriel Flores Garrido

2 comentarios:

  1. Diego Morales Carmona11 de noviembre de 2013, 15:50

    Amigo Gabriel, nuestro más profundo y sincero agradecimiento por tus espontáneas palabras, que brotan de tu corazón, en el recuerdo hacia la memoria de mi querido padre, D. Pedro Morales Cervantes, (q.d.e.p.),a quien profesaste tanto respeto, cariño y admiración.
    Sirva tu brillante, elocuente, bien ideado y elaborado artículo: " El modesto homenaje del recuerdo" para honrar la memoria de tu maestro y contribuir, con excelente expresión literaria, al prestigio, realce y esplendor del Colegio Público Reyes Católicos en su 50 aniversario.
    Gracias, amigo Gabriel. Un afectuso saludo de la familia Morales.

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  2. Gracias, Gabriel, por el recuerdo que haces de mi padre como del maestro que, por encima de todo, ansiaba que sus alumnos terminaran preparados para ser hombres entendidos y de bien.
    Yo, que también soy profesora, me siento honrada por doble motivo: alimenta mi alma cualquier historia que se cuente de quien fue mi padre porque eso completa aún más lo que para mí es su elevada figura (un hijo no puede decir otra cosa de su padre, es obvio)) y además me siento orgullosa de que su labor como docente haya dejado estela en personas que, como tú, dominan el arte de escribir, siempre desde el respeto, con estilo y por un singular atractivo en la forma de narrar y describir.
    Eres un narrador de primera, capaz de “atrapar” con tus historias a quienes las leen o las escuchan, me consta. Y hoy me complace que el motivo de tu historia sea el maestro, mi padre.
    Gracias de nuevo, Gabriel.

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