No
he llegado a ser alumno del colegio Reyes Católicos, mi formación
pre-bachiller es anterior, y bien que lo lamento. En primer lugar por
una mera cuestión de edad. De haberlo sido hoy sería más joven.
Debo añadir a esa primera razón la sana envidia de no ser
protagonista de ese medio siglo de esta institución, amén de otros
motivos que sería prolijo enumerar. Sin embargo, debo agradecer a
Miguel, mi hijo, el haber sido partícipe durante 6 años de la
historia de este centro, ya que en ese período de tiempo formé
parte del Consejo Escolar.
Gabriel Flores Garrido |
Por
lo antes apuntado, quizás no sea yo persona adecuada para escribir
sobre “el Reyes”, ya que nunca lo pisé como alumno.
Mis
primeros avances académicos se forjaron con Don Pedro Morales en una
vieja escuela situada en la esquina de la placeta del Berro con la
calle del Sol. El patio del recreo era la misma plaza, y el aula,
poco más que un pasillo, al que se accedía por medio de dos
escalones desvencijados y descendentes a unos pupitres aún mas
destartalados, con paredes encaladas y generosos desconchados que
nosotros con las uñas nos ocupábamos de agrandar.
El
material docente estaba compuesto por un mapa amarillento y
cuarteado por el tiempo y una pizarra en la que escribir era un
laborioso éxito que D. Pedro conseguía con maestría, que para eso
lo era.
Si
tenemos en cuenta que el alumnado lo componíamos pequeños cafres,
sin más horizonte que el día en que vivíamos y empolvados de
tierra hasta las pestañas, lo único impoluto y con dignidad en
aquella escuela era D. Pedro, que enfundado en su traje y con su
infalible corbata, se dejaba la piel en sacarnos punta pese a que
nuestro escaso interés por aprender era inversamente proporcional al
suyo por enseñarnos.
Era
Don Pedro maestro culto, comprensivo, empapado en sabiduría y
respetuoso con los alumnos pese a nuestros pocos merecimientos.
Bastaba una mirada con sus ojos chispeantes para que entendiéramos
que el Maestro no estaba muy conforme con nuestro comportamiento o
nuestra aptitud académica. A veces, los ojos pronuncian palabras que
los labios callan, pero, a pesar de nuestra menguada edad, nosotros
sabíamos interpretar aquellas miradas de forma inmediata.
Cuando
abría la escuela, nos agolpábamos a su alrededor gritando y
empujando. Pese a los años transcurridos sigo sin entender por qué
lo hacíamos, porque si prisa teníamos por entrar, más teníamos por
salir; ya que, al poco de sentarnos, sentíamos el mismo deseo pero
en sentido inverso y lo que anhelábamos era retomar el juego en la
placeta. En ese momento de algarabía por entrar, Don Pedro dejaba de
girar la llave, se volvía hacia nosotros y ahí acababan nuestras
algaradas y reivindicaciones. Ahora, en la lejanía que nos marca el
tiempo, creo que jugaba con ventaja, su traje y su porte serio le
ayudaban a hacerse con nosotros.
Hombre
justo y preocupado por sus alumnos. Recuerdo ya cercano el examen de
ingreso para acceder al Instituto, las clases en la planta alta de su
casa; allí “echó el resto”. Durante los días previos al
examen trataba de inculcarnos nuevos conocimientos y de afianzar los
que ya teníamos. Para desespero suyo, cada vez que cometíamos un
error era como un latigazo a su ánimo.
Alguien
dijo: “Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”. Si
esta frase la hubiera dicho Don Pedro, creo que habría salido
perdiendo, porque él era un hombre realmente sabio y así lo veíamos
desde nuestra pequeña estatura de entonces y desde nuestros muchos
años de ahora. En él, expresiones triviales como “archivo
viviente” o “ biblioteca andante” dejaban de serlo y perdían
la condición de tópico para convertirse en una realidad
constatable.
Sirvan
estas líneas, escritas desde el cariño, como modesto homenaje a un
hombre, a un maestro, que dedicó su vida a transmitir con generoso
esfuerzo todos sus conocimientos y valores.
Gracias,
Don Pedro.
Gabriel
Flores Garrido
Amigo Gabriel, nuestro más profundo y sincero agradecimiento por tus espontáneas palabras, que brotan de tu corazón, en el recuerdo hacia la memoria de mi querido padre, D. Pedro Morales Cervantes, (q.d.e.p.),a quien profesaste tanto respeto, cariño y admiración.
ResponderEliminarSirva tu brillante, elocuente, bien ideado y elaborado artículo: " El modesto homenaje del recuerdo" para honrar la memoria de tu maestro y contribuir, con excelente expresión literaria, al prestigio, realce y esplendor del Colegio Público Reyes Católicos en su 50 aniversario.
Gracias, amigo Gabriel. Un afectuso saludo de la familia Morales.
Gracias, Gabriel, por el recuerdo que haces de mi padre como del maestro que, por encima de todo, ansiaba que sus alumnos terminaran preparados para ser hombres entendidos y de bien.
ResponderEliminarYo, que también soy profesora, me siento honrada por doble motivo: alimenta mi alma cualquier historia que se cuente de quien fue mi padre porque eso completa aún más lo que para mí es su elevada figura (un hijo no puede decir otra cosa de su padre, es obvio)) y además me siento orgullosa de que su labor como docente haya dejado estela en personas que, como tú, dominan el arte de escribir, siempre desde el respeto, con estilo y por un singular atractivo en la forma de narrar y describir.
Eres un narrador de primera, capaz de “atrapar” con tus historias a quienes las leen o las escuchan, me consta. Y hoy me complace que el motivo de tu historia sea el maestro, mi padre.
Gracias de nuevo, Gabriel.