No
tendría que estar escribiendo estas palabras. Este no es mi espacio.
Son palabras que deberían de salir de su pluma. Pero el destino, o
la fatalidad, o los designios o la voluntad de Dios (como, más que
probablemente, casi seguro, hubiera dicho él) no lo quisieron así.
Seguro que estaría colaborando en la celebración con todos, de
estos 50 años de vida del colegio, el que fue su segunda gran morada
docente.
Y aquí
me encuentro yo, intentando reflexionar sobre algo que no me
corresponde. Intentando hacer fluir de mi mente pensamientos hechos
palabras que deberían fluir de otra. Y plasmar en un simple escrito,
tantas y tantas emociones, tantos y tantos recuerdos, tantas
vivencias que llenaron una vida dedicada a la enseñanza. En todos
los ámbitos de su existencia.
En el
plano profesional, treinta y cinco años entregados a una decidida
vocación sin límites. Unos duros primeros años. En las tertulias
familiares de sobremesa o salón contaba cómo fue su primer destino;
con la primavera del 60 recién estrenada, tomaba posesión en la
pedanía cuevana de Grima. Tan solo unos meses y su traslado a la
escuela unitaria de Muleria, para allí finalizar el curso. Al
siguiente lo más duro, la resolución del concurso de traslados le
obliga a abandonar su casa y hacer las maletas, con bastante ropa de
abrigo, por cierto, rumbo a Blesa, un pueblecito de las cuencas
mineras de Teruel. Una gélida experiencia que, por suerte duró solo
un año, y en 1961 nuevo concurso y vuelta a Muleria.
En esta
pequeña aldea, también cuevana, estableció su primera gran morada
docente. Diez años de trabajo en los que puso sus conocimientos,
sabiduría, métodos, técnicas, unas veces fruto de sus estudios,
otras gracias a su enorme capacidad para enfrentarse a las
situaciones más dispares y difíciles, al servicio de sus niños.
Tengo que decir que fue pionero en el empleo de métodos didácticos
cuyo uso se generalizó con posterioridad adquiriendo, erróneamente,
el calificativo de “novedosos”; me estoy refiriendo al libro
viajero o al huerto escolar, por citar dos
ejemplos. La escuela de Muleria era su segunda casa; se ganó el
cariño, afecto y admiración de los poco más de medio centenar de
vecinos y las poco más de una decena de familias cuyos hijos acudían
a diario a la escuela. Él lo hacía desde su casa en Vera, primero
la de soltero, después, la de casado. Primero era una Guzzi, después
una Vespa. Siempre, en los días de invierno, las hojas del periódico
del día anterior, colocadas como segunda ropa interior, intentaban
atenuar el frío del aire hasta llegar a la escuela.
La Ley
de Educación de 1970 trajo consigo la supresión paulatina de estas
unitarias y, en 1971, la Escuela de Muleria, muy a su pesar y al de
muchos, desapareció.
Un año
en Cuevas del Almanzora, Colegio “Álvarez de Sotomayor” y nuevo
concurso con destino en el “Reyes Católicos”, entonces llamado,
como todos, “Colegio Nacional”. Su toma de posesión, 1 de
septiembre de 1972.
Otra
consecuencia de la nueva Ley fueron las especializaciones que debían
realizar aquellos maestros que, voluntariamente se adscribían al
nuevo Ciclo Superior de la EGB, salida de la ampliación de la
enseñanza obligatoria hasta los 14 años. Un Agosto en Palencia para
traerse el título de Maestro Instructor de Educación Física, que
le habilitaba para impartir esa asignatura en 6º, 7º y 8º.
En este
Centro permaneció hasta su jubilación voluntaria en 1995.
Veintitrés cursos en los que siguió poniendo en práctica su afán
de servicio, entrega, generosidad, virtudes ellas y otras muchas, que
conformaban una magnificiente personalidad de MAESTRO, de la cual
pueden dar fe todos aquellos que le conocían y, sobre todo, todos
aquellos que fueron sus alumnos. Y lo hizo desde su sillón de
maestro junto a la pizarra, tiza en mano, desde la pista deportiva,
silbato en la boca o desde el sillón del despacho, que ocupó
durante sus últimos años de vida laboral, gracias a sus, también,
dotes como organizador y director.
He
querido extenderme en las etapas más lejanas en el tiempo. Poco
quiero escribir de las más recientes. De estas últimas, baste el
testimonio y el recuerdo de los que fueron, alumnos, compañeros y
amigos.
Y para
terminar, sus palabras. Las que escribió en una de sus múltiples
colaboraciones literario-periodísticas, una de sus importantes
aficiones, y que muy bien resumen lo que fue su ideal durante toda su
vida y práctica en todo proyecto o actividad que acometía:
“Venimos
desde todos los rumbos. Algo de pioneros, mucho de poetas y total
entrega: somos Maestros. Aquí estamos el tímido y el osado, el
alegre y el adusto, el veloz, el fuerte… cada uno su personalidad y
todos, un interés común: servir.
Fortalecemos
nuestros cuerpos para llevar la levadura de esta inquietud a la
escuela. Templamos nuestros nervios para vencer las dificultades que
podamos encontrar. Reafirmamos lo conocido y asimilamos lo nuevo.
Todo ello para no defraudar la esperanza que se deposita en nosotros.
Y nos toca la tarea de despertar las conciencias, de darlo todo sin
exigir nada, de entregarnos siempre sin esperar reconocimiento. No
estamos aquí para recibir premios al uso conocido, porque nosotros
sabemos el valor de cada cosa, y el premio mejor al que podemos
aspirar es esa sonrisa del niño a quien conocemos, que nos entiende
y que nos ama.”
(Antonio
Soler)
Me
siento privilegiado por haber sido uno de sus alumnos, y además,
agraciado por la suerte de haber sido su hijo. El ha sido mi Maestro
en la escuela y mi Maestro en la vida.
Mi
aplauso, mi admiración y todo mi amor.
Juan
Fco. Soler R.