Cuando
estaba en activo, en las postrimerías de mi dilatada carrera
profesional, mis dos últimas promociones de alumnos fueron objeto de
mi atención preferente. Digo esto porque fueron cuatro años de
felicidad extrema impartiendo clases, gracias a la solvencia del
alumnado que enseñé y del cúmulo de experiencia adquirida como
enseñante.
Alejado
de los problemas de la Dirección del Centro, que no eran pocos, mi
único interés era hacer niños cultos y que supiesen desenvolverse
en la vida, teniendo un norte bien definido: estar preparados para
todo y saber discernir entre el bien y el mal, haciendo lo primero y
obviando lo segundo.
Pues
bien, dicho esto y adentrándome en el tema objeto de estudio, me
complace decir que la clase de Lenguaje, siempre y en todo momento,
estuvo enfocada en la recitación de un romance o soneto, un dictado
imaginado, morfología, sintaxis y redacción. Estos tres últimos
aspectos versaban en torno al dictado inventado.
Así
las cosas, el dictado siempre estaba inspirado bajo la influencia de
animales vertebrados, bien fuesen peces, anfibios, reptiles, aves o
mamíferos. Por ejemplo, si era sobre aves, hacía mucho hincapié en
resaltar la protección de los progenitores a sus crías cuando éstas
eran empolladas o alimentadas. Ese adiestramiento y enseñanza
anterior al vuelo, observado en documentales televisivos, más o
menos, nos dan una idea de lo que, en este caso, habría que aprender
de ellos y, en esta línea, siempre, iba conducido el dictado.
La
clase de Lenguaje parecía más bien una clase de Ciencias Naturales.
Este prototipo de animales objeto de estudio era, a lo largo de un
curso escolar y día tras día, la tónica general a seguir en esa
disciplina. Abundando en ello, cómo no, mi perrita Jodie,
protagonista de muchos dictados, contribuyó en el conocimiento de
los cánidos. Como si de una fábula se tratara, Jodie, muy querida
por mis alumnos, - muchas veces, en sus visitas, mi mujer la llevaba
a clase- ejercitaba tareas propias de humanos, es decir, hablaba,
patinaba con esquíes en la nieve, etc. y un largo etcétera.
¡Imagínenselo!
El
dictado finalizaba con una moraleja o enseñanza didáctica
encaminada a poner de relieve el cuidado y respeto hacia ese
maravilloso reino que forma parte de nuestro planeta Tierra: el reino
animal.
La
clase, en su planificación, era completada con un análisis
morfológico, un sintáctico y una carta dirigida al profesor en
relación al pensamiento de lo tratado en el dictado.
Creo
bajo modesto criterio que, con independencia de lo enseñado y
aprendido en el área de la expresión escrita y literaria, los
animales, con claridad meridiana, a los niños les motiva y encanta y
si se consigue concienciarlos en la sensibilidad a la querencia de
ese mundo, habremos conseguido educarlos, sin duda alguna, en el
respeto hacia lo animado y su hábitat, hacia lo natural y lo bello y
a lo que forma parte de nosotros y de nuestro entorno cercano y
lejano.
Lamentablemente
hoy, mi perrita Jodie no está conmigo; pero, claro está, sí en mi
recuerdo y, por supuesto, en el de mis alumnos.
D. Diego Morales Carmona |
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