El implacable paso del tiempo
deteriora alguno de los elementos del edificio o instalaciones que
albergan cualquier centro docente, pero
a la vez, sirve para construir un particular universo histórico y
fortalecer sus señas de identidad. Reflexiono esto, al hilo del
Cincuenta Aniversario del Colegio Reyes Católicos de Vera. Cuando,
en mis visitas al colegio, observo sus instalaciones, camino por sus
pasillos o entro en sus aulas, puedo detectar una urgente necesidad
de reformas ya que, en algunos casos, la decrepitud se extiende y
aumenta lentamente. Dicho esto, sin menoscabo de la apreciable labor
de mantenimiento y la buena impresión estética que presenta el
colegio gracias a los trabajos que decoran sus paredes, fruto del
trabajo de la comunidad educativa y, en particular, de su alumnado.
Pero, paralelamente, este recorrido y lo que contemplo me evocan, la
acumulación de historias, vivencias, experiencias, juegos o
aprendizajes que, a lo largo de sus cincuenta años, han albergado
todos y cada uno de sus espacios: desde las aulas a los patios de
recreo. Toda esa historia y la fuerte identidad del Colegio quedarán
integradas y absorbidas, en un futuro próximo, cuando se afronten
las tareas de construcción de las nuevas instalaciones.
Somos conscientes que, desde los años
sesenta del siglo pasado hasta la segunda década de este siglo, la
sociedad ha experimentado cambios profundos: el concepto de familia,
los medios de comunicación y las tecnologías, las relaciones entre
los alumnos y sus maestros, el ocio y los juegos de los niños, las
relaciones sociales, las estructuras políticas y económicas, ...
Muchos maestros y maestras y otras
personas interesadas por la educación nos quejamos, no sin motivo,
de que el comportamiento, el respeto a los otros, el interés por el
estudio y otros valores fundamentales para la convivencia están en
retroceso. Si bien, es cierto que en la sociedad actual se asientan y
extienden otros muchos valores como el esfuerzo, la solidaridad, la
tolerancia o la libertad. Todos estos valores se trabajan en la
escuela. Por ello, resulta preocupante observar, como en estos
tiempos, algunos individuos muestran, sin pudor, el desprecio por la
educación, por la enseñanza, por la escuela. El escritor Javier
Marías, en una entrevista hace unas semanas, realizaba una
afirmación tan contundente como preocupante y afirmaba que “Ahora
vivimos orgullosos de nuestra ignorancia”.
Sin embargo, a pesar de los cambios
producidos en las relaciones sociales y las transformaciones, hay
situaciones que año tras año, curso tras curso, se viven una y otra
vez. Hay circunstancias que parecen no cambiar. Tienen que ver tanto
con los docentes como con el alumnado.
La curiosidad de los alumnos de
primaria ante las explicaciones de su maestro y el descubrimiento del
mundo social y natural, el desasosiego de los niños de infantil en
los primeros días de su incorporación al colegio, la complicidad de
los niños o niñas mayores que se consideran, a sí mismos,
sabedores de las claves necesarias para desenvolverse en su cole y
que mantienen relaciones de camaradería o complicidad con sus
compañeros.
Frente a ellos, está el mundo de los
maestros con sus afanes, ilusiones y decepciones. El profesorado
desarrolla su trabajo con denuedo aportando su profesionalidad. Hace
años, se nombraba la vocación de la maestra o el maestro como un
elemento consustancial y necesario de su profesión. En el presente
hay también, por supuesto, un alto grado de vocación, pero además
hay mucho de saber hacer, intensa preparación y sobrada
profesionalidad. En reiteradas ocasiones, la vocación es alcanzada
cuando ya se lleva un tiempo entregado a la profesión, con el día a
día del aula; no cuando se inician los estudios para el magisterio.
En mis visitas como inspector he sido
testigo de muchas situaciones entre el profesorado. He visto como se
desenvuelven en su clase maestras recién incorporadas, con las
oposiciones ganadas unos meses antes, enfrentándose, con muchos
nervios, a la visita de evaluación y quedar yo admirado de las
buenas prácticas observadas. He visitado y me he entrevistado con
muchos maestros experimentados que sabedores de su buen hacer me han
mostrado su clase y que, a veces sin querer, tratan de desviar la
atención del inspector hacía aquellas alumnas o alumnos de los que
se sienten más orgullosos porque creen que reflejan mejor el fruto
de sus enseñanzas; cuando, a veces, esto se puede ver más
claramente en el alumno más díscolo o torpe, que a pesar de su
indisciplina o dificultad para aprender, va adquiriendo e
impregnándose de las enseñanzas que le transmite su profesor.
También, he tenido el privilegio de conocer a grandes maestras o
maestros al final de su carrera, a punto de jubilarse, que me han
mostrado con orgullo y con la ilusión del primer día algún
cuaderno de sus alumnos.
Y, por supuesto, destacar la labor
fundamental del equipo directivo con su directora, al frente de todo
el Colegio Reyes Católicos, que es el impulso de esa compleja trama
que forma la comunidad educativa. También recordar al personal de
administración y servicios tan imprescindible en el centro.
Enhorabuena.
Entre todos van construyendo, día a
día, el colegio nuevo sobre el viejo de forma permanente desde sus
inicios; construyendo el mañana de los niños y niñas veratenses.
José Antonio Asensio Romero
Junio, 2013
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