martes, 11 de junio de 2013

EL MAESTRO DON ANTONIO


No tendría que estar escribiendo estas palabras. Este no es mi espacio. Son palabras que deberían de salir de su pluma. Pero el destino, o la fatalidad, o los designios o la voluntad de Dios (como, más que probablemente, casi seguro, hubiera dicho él) no lo quisieron así. Seguro que estaría colaborando en la celebración con todos, de estos 50 años de vida del colegio, el que fue su segunda gran morada docente.

Y aquí me encuentro yo, intentando reflexionar sobre algo que no me corresponde. Intentando hacer fluir de mi mente pensamientos hechos palabras que deberían fluir de otra. Y plasmar en un simple escrito, tantas y tantas emociones, tantos y tantos recuerdos, tantas vivencias que llenaron una vida dedicada a la enseñanza. En todos los ámbitos de su existencia.

En el plano profesional, treinta y cinco años entregados a una decidida vocación sin límites. Unos duros primeros años. En las tertulias familiares de sobremesa o salón contaba cómo fue su primer destino; con la primavera del 60 recién estrenada, tomaba posesión en la pedanía cuevana de Grima. Tan solo unos meses y su traslado a la escuela unitaria de Muleria, para allí finalizar el curso. Al siguiente lo más duro, la resolución del concurso de traslados le obliga a abandonar su casa y hacer las maletas, con bastante ropa de abrigo, por cierto, rumbo a Blesa, un pueblecito de las cuencas mineras de Teruel. Una gélida experiencia que, por suerte duró solo un año, y en 1961 nuevo concurso y vuelta a Muleria.

En esta pequeña aldea, también cuevana, estableció su primera gran morada docente. Diez años de trabajo en los que puso sus conocimientos, sabiduría, métodos, técnicas, unas veces fruto de sus estudios, otras gracias a su enorme capacidad para enfrentarse a las situaciones más dispares y difíciles, al servicio de sus niños. Tengo que decir que fue pionero en el empleo de métodos didácticos cuyo uso se generalizó con posterioridad adquiriendo, erróneamente, el calificativo de “novedosos”; me estoy refiriendo al libro viajero o al huerto escolar, por citar dos ejemplos. La escuela de Muleria era su segunda casa; se ganó el cariño, afecto y admiración de los poco más de medio centenar de vecinos y las poco más de una decena de familias cuyos hijos acudían a diario a la escuela. Él lo hacía desde su casa en Vera, primero la de soltero, después, la de casado. Primero era una Guzzi, después una Vespa. Siempre, en los días de invierno, las hojas del periódico del día anterior, colocadas como segunda ropa interior, intentaban atenuar el frío del aire hasta llegar a la escuela.

La Ley de Educación de 1970 trajo consigo la supresión paulatina de estas unitarias y, en 1971, la Escuela de Muleria, muy a su pesar y al de muchos, desapareció.

Un año en Cuevas del Almanzora, Colegio “Álvarez de Sotomayor” y nuevo concurso con destino en el “Reyes Católicos”, entonces llamado, como todos, “Colegio Nacional”. Su toma de posesión, 1 de septiembre de 1972.

Otra consecuencia de la nueva Ley fueron las especializaciones que debían realizar aquellos maestros que, voluntariamente se adscribían al nuevo Ciclo Superior de la EGB, salida de la ampliación de la enseñanza obligatoria hasta los 14 años. Un Agosto en Palencia para traerse el título de Maestro Instructor de Educación Física, que le habilitaba para impartir esa asignatura en 6º, 7º y 8º.

En este Centro permaneció hasta su jubilación voluntaria en 1995. Veintitrés cursos en los que siguió poniendo en práctica su afán de servicio, entrega, generosidad, virtudes ellas y otras muchas, que conformaban una magnificiente personalidad de MAESTRO, de la cual pueden dar fe todos aquellos que le conocían y, sobre todo, todos aquellos que fueron sus alumnos. Y lo hizo desde su sillón de maestro junto a la pizarra, tiza en mano, desde la pista deportiva, silbato en la boca o desde el sillón del despacho, que ocupó durante sus últimos años de vida laboral, gracias a sus, también, dotes como organizador y director.

He querido extenderme en las etapas más lejanas en el tiempo. Poco quiero escribir de las más recientes. De estas últimas, baste el testimonio y el recuerdo de los que fueron, alumnos, compañeros y amigos.

Y para terminar, sus palabras. Las que escribió en una de sus múltiples colaboraciones literario-periodísticas, una de sus importantes aficiones, y que muy bien resumen lo que fue su ideal durante toda su vida y práctica en todo proyecto o actividad que acometía:

“Venimos desde todos los rumbos. Algo de pioneros, mucho de poetas y total entrega: somos Maestros. Aquí estamos el tímido y el osado, el alegre y el adusto, el veloz, el fuerte… cada uno su personalidad y todos, un interés común: servir.

Fortalecemos nuestros cuerpos para llevar la levadura de esta inquietud a la escuela. Templamos nuestros nervios para vencer las dificultades que podamos encontrar. Reafirmamos lo conocido y asimilamos lo nuevo. Todo ello para no defraudar la esperanza que se deposita en nosotros. Y nos toca la tarea de despertar las conciencias, de darlo todo sin exigir nada, de entregarnos siempre sin esperar reconocimiento. No estamos aquí para recibir premios al uso conocido, porque nosotros sabemos el valor de cada cosa, y el premio mejor al que podemos aspirar es esa sonrisa del niño a quien conocemos, que nos entiende y que nos ama.”
(Antonio Soler)

Me siento privilegiado por haber sido uno de sus alumnos, y además, agraciado por la suerte de haber sido su hijo. El ha sido mi Maestro en la escuela y mi Maestro en la vida.
Mi aplauso, mi admiración y todo mi amor.

Juan Fco. Soler R.

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