lunes, 6 de mayo de 2013

EL TRASLADO, OTROS RECUERDOS, VOLVER COMO MAESTRA AL COLEGIO EN EL QUE FUÍ ALUMNA


La clase de Doña Carmen García Giménez se trasladaba desde su casa en la calle Nueva al Colegio Público “Reyes Católicos”. El nuevo centro construido en Vera constaba de dos pabellones: el de la derecha, destinado a las niñas y maestras, el de la izquierda, a los niños y maestros, además de una encantadora casita para el conserje, situada en una frondosa  esquinita.

Mi primer recuerdo es la imagen del grupo de compañeras en el pasillo de arriba. Previamente nos habían hecho salir del aula tercera -donde habían ubicado a mi maestra- y se disponían a repartirnos en las tres aulas de la planta alta.


Comenzaron unos clamorosos e insistentes llantos que provenían de mi amiga y compañera Mª Jesús Cazorla, consiguiendo alcanzar su objetivo: continuar con Dª Carmen. Aunque mi corazón también lloraba -tal  era la contrariedad  y  congoja que sentía en mi pecho-, obedecí el cambio sin rechistar al aula  primera, con otra  docente,  mayor y morena,  Dª Carmen de Haro, deseando   en ese instante  que pronto transcurriera el tiempo para volver  a estar de nuevo con mi querida maestra, como así ocurrió al curso siguiente, llevándome también un grato recuerdo  de unas clases apacibles  y de esta  profesora.
  
“Otros recuerdos”

Accedía habitualmente al recinto escolar por una pequeña y secundaria puerta lateral que comunicaba con Los Parrales y con un estrecho camino de tierra (Calle Balsica) en el que se transformaba la hermosa Calle del Mar a partir de su confluencia con la de los Tintes, flanqueado por una hilera de reducido número de casas frente al vallado de una gran finca agrícola.

Recuerdo las horas de recreo con nuestros babis  de rayas verticales azules y blancas,  la comida de media mañana charlando con las compañeras en las escaleras (visualizo en este lugar y situación a Paquita Cañadas), los juegos en el patio, el vaso de leche en polvo disuelta en agua en un gran barreño de latón que distribuían a través de la ventana de la casita del conserje a los alumnos que les apetecía.   Las lecciones de memoria de la Enciclopedia Álvarez, avanzando puestos en el semicírculo que formábamos en torno  a la mesa de mi maestra.
Las clases de catecismo y labores en las tardes.
La exposición a final de curso de las labores realizadas.

El altar en el mes de mayo con la imagen  de la Virgen María, el rezo  de las flores y la recitación de una poesía  a dúo con María Jesús  a la Virgen de las Angustias en su ermita.
A Tomasa López Caparrós dirigiéndome una división en el encerado, ella ya estudia bachillerato en Vélez Rubio y ese día vino a visitarnos.

El  gusto de mi maestra por la redacción  y la  recitación, así como su empeño en que las practicáramos.
Didáctica e inolvidable fue para mí la siguiente poesía de Juana de Ibarbourou que nos enseña a valorar la hermosura de la sencillez y a reforzar la autoestima de quienes en algún momento de su vida y por cualquier circunstancia puedan sentirse en desventaja frente a los demás:


LA HIGUERA

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se visten...

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
-Es la higuera el más bello
de los árboles en el huerto.

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo, le cuente:
-Hoy a mi me dijeron hermosa.

 La exquisitez de mi maestra en cuidar las formas y postura corporal  le llevaba a ensayar con nosotras cómo  tomar la sagrada forma cuando nos preparaba para la Primera Comunión, haciéndonos avanzar en fila  e introduciéndonos un pétalo de geranio en la boca. Ésta    imagen es de su clase en la  calle Nueva. 


Mi preparación y presentación a las pruebas de ingreso  para iniciar los estudios de bachillerato, con la posibilidad de obtener una beca que conseguí fue gracias a que ella  tuvo la  visión de encauzar mi futuro por el estudio, por lo que le estaré siempre agradecida,  al igual que lo estoy  con la también  mi muy querida maestra de párvulos Dª Isabel García, cuya clase estaba en su casa en  la calle del Mar.

Otras imágenes y personas que vienen a mi mente, y por las que siento  un entrañable cariño, son Dª Carmela Batlles Ferrera, que  estaba en el aula contigua a la nuestra,  en la segunda, y me gustaba ir a visitarla: era y sigue siendo muy simpática y cariñosa, con una sonrisa eterna en sus labios y en sus chispeantes ojos. Allí repasábamos  la geografía  en el mapa de España. De  los ríos memorizábamos dónde nacían, las ciudades  por donde pasaban, el  mar y lugar  donde desembocaban y sus afluentes, señalando simultáneamente en el mapa.

Con ella también recuerdo el ensayo de la canción “Las Espigadoras”, cuyos solos realizaba magistralmente otra buena amiga, Francisca Soler Clemente. Dª Carmen nos ensayó la obra de teatro y ambas fueron escenificadas el 12 de Abril de 1964 en el ya desaparecido “Teatro Cervantes”, en la calle del Mar.


Foto Grupo Las Espigadoras



LAS  ESPIGADORAS
De la ZarzuelaLa Rosa del azafrán”, de Jacinto Guerrero


Acudid, acudid muchachas a las rastrojeras
que los se, que los segadores
ya se van de vuelta.

Esta mañana muy tempranico
salí del pueblo con el hatico
Y como entonces la aurora venía
yo la recibía cantando como un pajarico:
Esta mañana muy tempranico.

Por los carriles de los rastrojos
soy la hormiguica de los despojos
y como tiene tan buenos ojos
espigo a veces de los manojos.

¡Ay, ayayay! qué trabajo nos manda el Señor
levantarse y volverse a agachar
todo el día a los aires y al sol.
¡Ay, ayayay! ten memoria de mí segador
no arrebañes los campos de mies
que detrás de las hoces voy yo.

La espigadora con su esportilla
hace la sombra de la cuadrilla
sufre espigando tras los segadores los mismos sudores
del hombre que siega y que trilla
la espigadora con su esportilla.

En cuanto suenan las caracolas
por esos trigos van ellas solas
y se engalanan con amapolas
sin abalorios ni angaripolas.

¡Ay, ayayay! qué trabajo nos manda el Señor
levantarse y volverse a agachar
todo el día a los aires y al sol.
¡Ay, ayayay! ten memoria de mí segador
no arrebañes los campos de mies
que detrás de las hoces voy yo.

¡Ay, ayayay! No arrebaño los campos de mies
porque aguardo a que vengas tú aquí
para ver lo que vale un querer.
¡Ay, ayayay! Si a tu lado me aguarda un querer
no me importan los aires ni el sol
ni que arranques de cuajo la mies.


Nos visitaba de vez en cuando un frágil y delgado sacerdote que irradiaba ternura y espiritualidad. Venía al colegio con el propósito de llevar a cabo una  actividad de cine-forum que se realizaba en el salón de actos del Instituto Masculino (hoy I.E.S. “Alyanub”). Allí asistíamos  a la proyección de una película seguida de una charla-coloquio. Este sacerdote era Don Ángel Haro, cuyo nombre se honra llevar el segundo en construir de los tres Colegios Públicos existentes en nuestra localidad y al que pertenezco como docente desde el año 1981. En la pared de la entrada hay un cuadro  que recoge la fotografía y biografía de Don Ángel,  que yo misma redacté en el año 1988 con motivo del Día de San José de Calasanz (Patrón de los maestros) para dar a conocer a nuestros alumnos la humanidad, generosidad y grandeza de este  sacerdote, hijo de Vera, de ejemplar vida cristiana al que  tuve la suerte de conocer y recibir sus enseñanzas.

Recuerdo por su singularidad y con admiración a una alumna morena, alta y delgada, con la reseca huella del sol y aire campestre marcada en sus labios y en la piel de su rostro y de sus manos. ¡Cómo valoraba el esfuerzo, que yo suponía ella hacía cada mañana, madrugando y recorriendo un largo  camino desde su cortijo al colegio!

Y junto a estos recuerdos, sensaciones: de la calidez del sol primaveral de nuestra tierra, de la placidez al contemplar el mar en el horizonte lejano, a través de las amplias ventanas del aula, limitando la sucesión de campos y pequeños montículos que con suavidad descendían hacia su encuentro.  

Volver como maestra al colegio donde fui alumna

Terminé Magisterio en el año 1976 y aprobé las oposiciones en 1977, siendo mi primer destino mi querido Colegio ”Reyes Católicos”, donde  ejercí durante tres cursos: tercero, infantil y primero, teniendo la ventura de trabajar al lado de excelentes personas. Unas  eran maestros del período en que yo era alumna; otras, compañeras de mi niñez; el resto procedían de diversos lugares de España y, junto a ellas, unos encantadores y cariñosísimos alumnos de los que en la actualidad recibo su afecto cuando tenemos la ocasión de saludarnos y conversar.



Para todos ellos, antiguos y actuales alumnos y maestros, para  los que vivimos y para los que su recuerdo nos acompañará siempre, vaya mi reconocimiento por vuestra magnífica labor docente y discente, mi cariño y enhorabuena en el 50 aniversario de nuestro colegio.
                        

                                      Paquita Román Mellado
                                  Vera 27 de noviembre de 2012

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