La clase de Doña
Carmen García Giménez se trasladaba desde su casa en la calle Nueva al Colegio
Público “Reyes Católicos”. El nuevo centro construido en Vera constaba de dos
pabellones: el de la derecha, destinado a las niñas y maestras, el de la izquierda,
a los niños y maestros, además de una encantadora casita para el conserje,
situada en una frondosa esquinita.
Mi primer recuerdo
es la imagen del grupo de compañeras en el pasillo de arriba. Previamente nos
habían hecho salir del aula tercera -donde habían ubicado a mi maestra- y se
disponían a repartirnos en las tres aulas de la planta alta.
Comenzaron unos
clamorosos e insistentes llantos que provenían de mi amiga y compañera Mª Jesús
Cazorla, consiguiendo alcanzar su objetivo: continuar con Dª Carmen. Aunque mi
corazón también lloraba -tal era la
contrariedad y congoja que sentía en mi pecho-, obedecí el
cambio sin rechistar al aula primera,
con otra docente, mayor y morena, Dª Carmen de Haro, deseando en ese instante que pronto transcurriera el tiempo para
volver a estar de nuevo con mi querida
maestra, como así ocurrió al curso siguiente, llevándome también un grato
recuerdo de unas clases apacibles y de esta
profesora.
“Otros recuerdos”
Accedía
habitualmente al recinto escolar por una pequeña y secundaria puerta lateral
que comunicaba con Los Parrales y con un estrecho camino de tierra (Calle
Balsica) en el que se transformaba la hermosa Calle del Mar a partir de su
confluencia con la de los Tintes, flanqueado por una hilera de reducido número
de casas frente al vallado de una gran finca agrícola.
Recuerdo las horas
de recreo con nuestros babis de rayas
verticales azules y blancas, la comida
de media mañana charlando con las compañeras en las escaleras (visualizo en
este lugar y situación a Paquita Cañadas), los juegos en el patio, el vaso de
leche en polvo disuelta en agua en un gran barreño de latón que distribuían a
través de la ventana de la casita del conserje a los alumnos que les
apetecía. Las lecciones de memoria de la Enciclopedia Álvarez,
avanzando puestos en el semicírculo que formábamos en torno a la mesa de mi maestra.
Las clases de catecismo y labores en las tardes.
La exposición a final de curso de las labores realizadas.
El altar en el mes de
mayo con la imagen de la Virgen María , el
rezo de las flores y la recitación de
una poesía a dúo con María Jesús a la Virgen de las Angustias en su ermita.
A Tomasa López Caparrós dirigiéndome una división en el
encerado, ella ya estudia bachillerato en Vélez Rubio y ese día vino a
visitarnos.
El gusto de mi
maestra por la redacción y la recitación, así como su empeño en que las
practicáramos.
Didáctica e inolvidable fue para mí la siguiente poesía de
Juana de Ibarbourou que nos enseña a valorar la hermosura de la sencillez y a
reforzar la autoestima de quienes en algún momento de su vida y por cualquier
circunstancia puedan sentirse en desventaja frente a los demás:
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se visten...
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
-Es la higuera el más bello
de los árboles en el huerto.
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo, le cuente:
-Hoy a mi me dijeron hermosa.
La exquisitez de mi
maestra en cuidar las formas y postura corporal
le llevaba a ensayar con nosotras cómo
tomar la sagrada forma cuando nos preparaba para la Primera Comunión ,
haciéndonos avanzar en fila e
introduciéndonos un pétalo de geranio en la boca. Ésta imagen es de su clase en la calle Nueva.
Mi preparación y
presentación a las pruebas de ingreso
para iniciar los estudios de bachillerato, con la posibilidad de obtener
una beca que conseguí fue gracias a que ella
tuvo la visión de encauzar mi
futuro por el estudio, por lo que le estaré siempre agradecida, al igual que lo estoy con la también mi muy querida maestra de párvulos Dª Isabel
García, cuya clase estaba en su casa en
la calle del Mar.
Otras imágenes y
personas que vienen a mi mente, y por las que siento un entrañable cariño, son Dª Carmela Batlles
Ferrera, que estaba en el aula contigua
a la nuestra, en la segunda, y me
gustaba ir a visitarla: era y sigue siendo muy simpática y cariñosa, con una
sonrisa eterna en sus labios y en sus chispeantes ojos. Allí repasábamos la geografía
en el mapa de España. De los ríos
memorizábamos dónde nacían, las ciudades
por donde pasaban, el mar y
lugar donde desembocaban y sus
afluentes, señalando simultáneamente en el mapa.
Con ella también recuerdo el ensayo de la canción “Las
Espigadoras”, cuyos solos realizaba magistralmente otra buena amiga, Francisca
Soler Clemente. Dª Carmen nos ensayó la obra de teatro y ambas fueron
escenificadas el 12 de Abril de 1964 en el ya desaparecido “Teatro Cervantes”,
en la calle del Mar.
Foto Grupo Las Espigadoras |
LAS ESPIGADORAS
De la
Zarzuela “La
Rosa del azafrán”, de Jacinto Guerrero
Acudid, acudid muchachas a las rastrojeras
que los se, que los segadores
ya se van de vuelta.
Esta mañana muy tempranico
salí del pueblo con el hatico
Y como entonces la aurora venía
yo la recibía cantando como un pajarico:
Esta mañana muy tempranico.
Por los carriles de los rastrojos
soy la hormiguica de los despojos
y como tiene tan buenos ojos
espigo a veces de los manojos.
¡Ay, ayayay! qué trabajo nos manda el Señor
levantarse y volverse a agachar
todo el día a los aires y al sol.
¡Ay, ayayay! ten memoria de mí segador
no arrebañes los campos de mies
que detrás de las hoces voy yo.
La espigadora con su esportilla
hace la sombra de la cuadrilla
sufre espigando tras los segadores los mismos sudores
del hombre que siega y que trilla
la espigadora con su esportilla.
En cuanto suenan las caracolas
por esos trigos van ellas solas
y se engalanan con amapolas
sin abalorios ni angaripolas.
¡Ay, ayayay! qué trabajo nos manda el Señor
levantarse y volverse a agachar
todo el día a los aires y al sol.
¡Ay, ayayay! ten memoria de mí segador
no arrebañes los campos de mies
que detrás de las hoces voy yo.
¡Ay, ayayay! No arrebaño los campos de mies
porque aguardo a que vengas tú aquí
para ver lo que vale un querer.
¡Ay, ayayay! Si a tu lado me aguarda un querer
no me importan los aires ni el sol
ni que arranques de cuajo la mies.
Nos visitaba de vez
en cuando un frágil y delgado sacerdote que irradiaba ternura y espiritualidad.
Venía al colegio con el propósito de llevar a cabo una actividad de cine-forum que se realizaba en
el salón de actos del Instituto Masculino (hoy I.E.S. “Alyanub”). Allí
asistíamos a la proyección de una
película seguida de una charla-coloquio. Este sacerdote era Don Ángel Haro,
cuyo nombre se honra llevar el segundo en construir de los tres Colegios
Públicos existentes en nuestra localidad y al que pertenezco como docente desde
el año 1981. En la pared de la entrada hay un cuadro que recoge la fotografía y biografía de Don
Ángel, que yo misma redacté en el año
1988 con motivo del Día de San José de Calasanz (Patrón de los maestros) para
dar a conocer a nuestros alumnos la humanidad, generosidad y grandeza de
este sacerdote, hijo de Vera, de
ejemplar vida cristiana al que tuve la
suerte de conocer y recibir sus enseñanzas.
Recuerdo por su
singularidad y con admiración a una alumna morena, alta y delgada, con la
reseca huella del sol y aire campestre marcada en sus labios y en la piel de su
rostro y de sus manos. ¡Cómo valoraba el esfuerzo, que yo suponía ella hacía
cada mañana, madrugando y recorriendo un largo
camino desde su cortijo al colegio!
Y junto a estos
recuerdos, sensaciones: de la calidez del sol primaveral de nuestra tierra, de
la placidez al contemplar el mar en el horizonte lejano, a través de las amplias
ventanas del aula, limitando la sucesión de campos y pequeños montículos que
con suavidad descendían hacia su encuentro.
Volver como maestra al colegio donde fui alumna
Terminé Magisterio
en el año 1976 y aprobé las oposiciones en 1977, siendo mi primer destino mi
querido Colegio ”Reyes Católicos”, donde
ejercí durante tres cursos: tercero, infantil y primero, teniendo la
ventura de trabajar al lado de excelentes personas. Unas eran maestros del período en que yo era
alumna; otras, compañeras de mi niñez; el resto procedían de diversos lugares
de España y, junto a ellas, unos encantadores y cariñosísimos alumnos de los
que en la actualidad recibo su afecto cuando tenemos la ocasión de saludarnos y
conversar.
Para todos ellos,
antiguos y actuales alumnos y maestros, para
los que vivimos y para los que su recuerdo nos acompañará siempre, vaya
mi reconocimiento por vuestra magnífica labor docente y discente, mi cariño y
enhorabuena en el 50 aniversario de nuestro colegio.
Paquita
Román Mellado
Vera 27 de
noviembre de 2012
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